martes, 20 de agosto de 2013

Presentación

Cuando era pequeña tenía clarísimo que de mayor iba a ser profesora. Ni bailarina, ni princesa, ni enfermera... sólo profesora.
Mantuve mi sueño durante décadas. Con  18 recién cumplidos y tras pasar por el rito de iniciación a la vida adulta que supone la Selectividad me decidí a especializarme en Historia del Arte. Soñaba con ese momento en que 25 jovenzuelos descubrieran de mi mano la magia de Dalí y Gaudí.
Varios años después llegué al final de mi vida universitaria con más desencanto que ilusión. No tenía ninguna intención de seguir el camino que aún faltaba y que pasaba por CAPs, oposiciones, ser interina, una jungla de puntos y competiciones para, quizás, con mucha suerte y paciencia acabar domesticando a 25 fieras a las que Gaudí y yo les importábamos un carajo...

Con unas cuantas toneladas de apuntes que jamás volvería a tocar cogiendo polvo en el armario como único recuerdo de mis años de estudiante me puse a intentar abrirme paso en el mercado laboral.
Con un currículum donde lo único que había de cierto eran mi nombre y mi número de teléfono conseguí ir rompiendo ese círculo vicioso de: "no te contrato porque no tienes experiencia - no tengo experiencia porque no me contratas" y pasé durante un par de años por unos grandes almacenes, una tienda de ropa y un par de incursiones como azafata hasta que, por casualidad y animada por un tipejo al que en aquel momento consideraba mi mejor amigo acabé con un contrato temporal de 4 meses como teleoperadora para una empresa de televisión digital.

Dicen que el mundo de los call center es como una secta, si entras no puedes salir aunque los odies. En mi caso ni los odio ni quiero salir. Me gusta ser teleoperadora.
Es cierto que es un trabajo... mmm.... peculiar (he tardado casi 18 minutos en encontrar algo que no fuera "de mierda"), pero quizás por eso me guste tanto. Es un mundo sórdido, de mentiras, engaños, estafas, de clientes cabreados, de aves de rapiña capaces de vender a su madre por un contrato.... y ahí estás tú, toda digna, sentándote cada día y poniéndote tus auriculares dispuesta a demostrar que sí se puede ser teleoperadora y honrada. Que sí se puede vender si empeñar tu alma en el camino. Que puedes acabar la jornada con una sonrisa a pesar de haber estado 6 horas escuchando gritos e insultos.
Lo sé, es una visión demasiado poética de un trabajo demasiado "peculiar", pero al fin y al cabo así soy yo, peculiar y poética.

No hay comentarios:

Publicar un comentario